La Lechuza se acicala, atusa las plumas y las espulga, gira el cuello, lo estira para alcanzar mejor todas sus partes, del vientre, del pecho, de las alas. No hay noticias del Búho, pero el instinto va más allá que el conocimiento. La lechuza, detiene cada ciertos momentos esta tarea para oír al viento. Solo atenta al aire, su suave rumor, el fragor de las hojas de los árboles y el despertar de los animales diurnos con sus bostezos y también los bostezos quedos de los nocturnos que marchan a dormir cuando les sale el sol. Todo pronuncia un sentimiento interno en la Lechuza, como una luz que se espande, que abraza y abriga a su amigo Búho, que sabe lo atrae como un imán y que alcanza el corazón del Búho como el otro polo, que va a correr despacio y firme hasta encontrarse de nuevo. ¡Por fin!
Abrazos, sonrisas, silencios, risas, ruidos, palabras. Se añoran.
Abrazos, sonrisas, silencios, risas, ruidos, palabras. Se añoran.
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